martes, 2 de julio de 2013

¿Qué hacer¿ cuándo no hay una Iglesia fiel donde vives

Desde los tiempos de la Reforma, los creyentes tienen que hacer frente, esencialmente, a los mismos problemas. Uno de ellos, y de los principales, aparece recurrente allí donde todavía no hay una congregación que fielmente predique la Palabra y administre los sacramentos, así como ejerza debidamente la disciplina eclesiástica. Es decir, una iglesia verdadera, según la doctrina y la forma de gobierno bíblica. En definitiva, una iglesia de la Reforma. Allí donde esta todavía no se encuentra, ¿se tiene uno que congregar en una iglesia manifiestamente herética e idólatra?

Dado que el problema es siempre el mismo, resulta de sumo provecho para nosotros comprobar cómo los antepasados espirituales lo afrontaron. En ningún caso veremos que los Reformadores del siglo XVI aconsejaran transigir con la idolatría o la herejía.

A principios de julio de 1556, el reformador escocés escribió una carta de consejos a unos creyentes en Escocia en esta misma situación. ¿Qué es lo que les aconseja? En una sola palabra: la centralidad absoluta de la Escritura. Esta debe ser leída y meditada a diario, tanto personalmente como en familia. Pero, sobretodo, destaca los consejos que les da para que, a falta de poder congregarse para la adoración pública, por lo menos los creyentes se reunieran, al menos una vez por semana, para leer la Biblia y orar en común –lo que hoy diríamos una reunión de “estudio bíblico”– todo ello a la espera de que el Señor pudiera proveer un ministerio de la Palabra para que la Iglesia local fuera debidamente establecida.


«Considerando que Pablo llama a la congregación «el cuerpo de Cristo,» del cual cada uno de nosotros somos un miembro, y enseñándonos con esto que ningún miembro puede sustentarse y alimentarse por sí mismo sin la ayuda y el apoyo de otro; creo que es necesario que se tengan estudios y conferencias sobre las Escrituras como reuniones entre hermanos. Como Pablo nos da el orden que se debe observar para esto [1 Cor. 14:26-29], solo quiero señalar que cuando os reunáis, que sería bueno hacerlo una vez a la semana, que vuestro comienzo fuese confesando vuestras ofensas e implorando que el Espíritu del Señor Jesús os asista en todos vuestros proyectos y metas espirituales. Después que se lea alguna porción de las Escrituras clara y modestamente, tanto que se crea suficiente para esa ocasión o tiempo. Cuando se haya terminado, si algún hermano tiene exhortación, pregunta, o duda que no tenga temor en hablar o tratarla allí mismo, haciéndolo con moderación, ya sea para edificar o para edificarse. Y de esto no dudo que vendrá gran provecho. Porque, primero, al oír, leer, y estudiar las Escrituras en éstas reuniones, ayudarán a examinar el juicio y la actitud de las personas, su paciencia y modestia serán conocidas, y finalmente se exhibirán sus dones y expresiones. Por otro lado deben evitarse en toda ocasión y en todo lugar el palabrerío, las interpretaciones largas y aburridas y la terquedad en puntos controvertidos. Pero por encima de todo cuando se reúnan como iglesia, allí nada debe tenerse en cuenta más que la gloria de Dios y el consuelo o edificación de los hermanos.

Si algo brota del texto en discusión o en el debate que vuestro juicio no puede resolver o vuestras facultades no pueden captar, que eso se anote y se escriba antes de despedir la reunión, para que cuando Dios provea solución al asunto, vuestras dudas que brotaron sean resueltas con más facilidad. Por otro lado si tenéis la oportunidad de escribir o comunicaros con otros, vuestras cartas manifestarán vuestro gran deseo que tenéis de Dios y de su verdadera religión. No dudo que ellos según sus talentos procurarán y os otorgarán su fiel trabajo para satisfacer vuestras peticiones devotas. En cuanto a mí mismo hablo lo que pienso: emplearía quince horas con gran gusto (según le plazca a Dios en darme de su iluminación) para explicarles alguna porción de las Escrituras, que gastar media hora en otra cosa.

Además, me gustaría, que en la lectura de las Escrituras, tomen juntos algunos libros del Antiguo Testamento y algunos del Nuevo, como Génesis y alguno de los Evangelios, Éxodo con otro libro, etc., pero siempre terminando los libros que comenzasteis (según permita el tiempo). Pues os confortará el oír la armonía y acuerdo del Espíritu Santo hablando en nuestros padres desde el principio. Os confirmará en estos días peligrosos al contemplar la faz de Jesucristo, el amado esposo, y su iglesia, desde Abel hasta Cristo mismo, y de Cristo hasta este día, que hay unidad y un mismo propósito en todas las generaciones. Estudiad con frecuencia los Profetas y las Epístolas de Pablo. Pues la abundancia de asuntos muy confortadores que se hallan allí requiere ejercicio y buena memoria. De igual manera así como vuestras reuniones deben comenzar con confesión y suplica del Espíritu de Dios, así también deberían terminar con acción de gracias y ruegos por los gobernantes y magistrado, por la libertad del Evangelio de Cristo que corra libremente, por el consuelo y libertad de nuestros hermanos que aún están bajo tiranía y servidumbre, y por otras tales cosas que el Espíritu del Señor Jesucristo os enseñe que os es provechoso, ya sea para vosotros mismos, o para vuestros hermanos dondequiera que estén».