John Murray (1898-1975)
La colocación de la marca de Dios sobre nosotros en el
 bautismo no significa, sin embargo, que sea la autenticación o sello de
 una posesión por parte de Dios o del discipulado por nuestra parte, lo 
cual es naturalmente e innatamente un hecho. Es verdad que hay una 
propiedad natural de parte de Dios y una devoción inalienable que 
nosotros sus criaturas le debemos él. Pero el bautismo no es la marca de
 una propiedad que es inherente y propiamente de Dios ni de la devoción 
por nuestra parte de que naturalmente le pertenecemos. Es la marca de 
una posesión que es constituida, y de una devoción que es creada, por la
 acción y relación redentivas. En otras palabras, es la marca del Pacto 
de Gracia. En él, y portándolo, profesamos  renunciar a cualquier otro 
señorío excepto del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo en todas las
 múltiples relaciones que llegamos a tener con cada Persona en los 
términos del Pacto de Gracia.
Más específicamente, el bautismo significa el 
lavamiento o purificación, lavamiento de la inmundicia o corrupción del 
pecado por medio de la regeneración del Espíritu Santo, y el lavamiento 
de la culpa del pecado por el rociamiento de la sangre de Jesucristo. 
Manifiestamente, es solamente en y a través de Cristo y su obra que 
estas bendiciones pueden ser disfrutadas. La unión con Cristo, por lo 
tanto, es el lazo que nos une en la participación de estas bendiciones. 
Nuestro Catecismo Menor nos da una definición muy sucinta y 
comprehensiva cuando dice que “El Bautismo es un sacramento, en el cual,
 el lavamiento con agua, en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu 
Santo, significa y sella nuestra unión con Cristo, nuestra participación
 en los beneficios de la alianza de gracia y nuestro comprometimiento de
 ser del Señor” (P/R 94).
Creemos que la Escritura garantiza la dispensación de 
esta ordenanza del bautismo a los infantes. Así como los infantes eran 
circuncidados en el Antiguo Testamento—y la circuncisión significaba 
fundamentalmente lo mismo que el bautismo, a saber, la remoción de la 
suciedad del pecado y la imputación de la justicia que es por la fe—de 
este modo, los niños que permanecen en una relación similar del pacto 
con Dios deben ser bautizados bajo el Nuevo Testamento. Puede que 
preguntemos, ¿qué significa precisamente esto?
Significa que los hijos, incluso los infantes recién 
nacidos, permanecen en la necesidad de la purificación del pecado tanto 
en su corrupción y su culpa. Los hijos no llegan a ser pecaminosos 
después que ellos crecen o durante el proceso de crecimiento. Ellos son 
pecaminosos desde el mero principio. Ellos son concebidos en pecado y 
dados a luz en iniquidad. Ellos se desvían desde el mismo vientre. Nadie
 que está verdaderamente convencido del pecado recuerda cuando llegó a 
ser pecador. Él sabe que no fue por alguna deliberada decisión o acto de
 su parte que llegó a ser pecaminoso. Él sabe que siempre fue 
pecaminoso. Él reconoce verdaderamente que aquella pecaminosidad innata e
 inherente ha sido agravada, y que repetidamente se ha manifestado en 
sus actos voluntarios de pecado. Pero fue la pecaminosidad ya inherente 
la que fue agravada, y llegó a manifestarse, en sus actos voluntarios. 
Además, nadie que es verdaderamente observador del crecimiento y 
desarrollo de otros desde la infancia hasta la adultez recuerda ningún 
momento en que el pecado por primera vez empezó a tomar posesión de su 
corazón, interés y propósito.
La disposición siempre está en nosotros, y es 
particularmente frecuente en el tiempo presente, de minimizar la 
seriedad de este hecho. Existe la tendencia a pensar y actuar en 
términos de la inocencia de los pequeñitos. Las consecuencias de tal 
actitud son desastrosas para toda verdadera crianza e instrucción. 
Porque eliminar de nuestra actitud y conducta un hecho tan básico y de 
largo alcance como la corrupción innata de la naturaleza humana caída es
 eliminar un hecho sin el cual la crianza y dirección tienen que guiar a
 una perversión y falsedad múltiples más desesperada que aquella con la 
que empezó. El bautismo de infantes es un recordatorio perpetuo de que 
los infantes necesitan lo que el bautismo representa y que no puede 
haber escapatoria, o mejora de, ese horrible hecho.
Pero el bautismo es, después de todo, un sacramento de
 gracia. Y por lo tanto significa más que el hecho de la necesidad. 
Significa que por la gracia de Dios los infantes pueden disfrutar 
precisamente y plenamente lo que el bautismo representa. Ellos pueden 
ser regenerados por el Espíritu y justificados en la sangre de Cristo. 
Ellos pueden ser unidos a Cristo en toda la perfección de sus oficios 
Mediadores y en toda la eficacia de su obra consumada.
Debemos hacer una pausa para considerar lo precioso de
 estas verdades. Verdaderamente no tendremos ninguna apreciación de su 
valor a menos que estemos persuadidos de ese horrible hecho al cual ya 
hemos hecho referencia, a saber, el hecho del pecado original. Pero si 
sinceramente encaramos el hecho de la corrupción funesta de la 
naturaleza humana en su estado actual, no hay palabras humanas que 
adecuadamente puedan expresar el gozo que experimentamos en la 
contemplación de aquello que el bautismo significa para los infantes. 
Reflexionemos brevemente en lo precioso de estas verdades mediante dos 
consideraciones.
Primero, los niños pueden, y con frecuencia, mueren a 
una edad muy temprana. Si ellos murieran sin la regeneración y 
justificación, ellos estarían perdidos tan ciertamente como los otros 
que muriendo en un estado irregenerado están finalmente perdidos. El 
bautismo de los niños, entonces, significa que la gracia de Dios se 
apodera de los niños a una edad muy temprana, inclusive ya desde el 
mismo vientre. Eso quiere decir, en otras palabras, que no tenemos que 
excluir las operaciones de la gracia salvífica y eficiente de Dios de la
 esfera o reino de la infancia temprana. Es a esta verdad que el Señor 
le dio su testimonio más insistente y enfático cuando dijo, “Dejad a los
 niños venid a mí, y no se los impidáis, porque de los tales es el reino
 de los cielos”.
Por supuesto, no debemos ser mal interpretados al 
afirmar este principio. No estamos diciendo que las operaciones de la 
gracia salvífica de Dios estén presentes en el corazón de cada infante. 
El hecho mismo es demasiado evidente de que multitudes crecen hasta los 
años de discreción e inteligencia y muestran que la gracia salvadora de 
Dios no atrapó sus corazones y mentes en los días de su infancia. Ni 
tampoco estamos tomando la posición necesariamente de que todos los que 
mueren en la infancia son recipientes de la gracia salvífica de Dios. 
Tenemos que dejar esa pregunta en el reino al cual pertenece, a saber, 
el consejo oculto de Dios. Pero es cierto, no obstante—y ése es el punto
 que ahora estamos interesados en acentuar—que la gracia de Dios es 
operativa en el reino del corazón y de la mente del infante. “De la boca
 de los niños y de los que maman, perfeccionaste la alabanza”. Qué 
pensamiento y esperanza y confianza tan benditos se extiende a los 
padres creyentes cuando en el bautismo ellos encomiendan sus hijos a la 
gracia regeneradora y santificante del Espíritu Santo y a la eficacia 
purificante de la sangre de  Cristo, de tal modo, que si tal vez el 
Señor se complace en recogerlos en la infancia, ellos—los padres 
creyentes—puedan suplicar y descansar en las promesas del Pacto de 
Gracia a favor de ellos. Con toda seguridad puede decirse de ellos que 
no tienen por qué entristecerse como aquellos que no tienen esperanza.
Pero, en segundo lugar, debemos apreciar el gran valor
 de estas verdades por la razón de que los niños no necesitan crecer 
hasta los años de la discreción e inteligencia antes de llegar a ser del
 Señor. Así como los niños son pecaminosos antes de llegar a los años de
 discreción y entendimiento, de la misma manera por la gracia soberana 
de Dios ellos no necesitan crecer para llegar a ser participantes de la 
gracia salvadora. Ellos crecerán no solamente en la crianza y admonición
 del Señor, sino también en su favor y gracia santificante. Ellos pueden
 ser introducidos desde sus años más tiernos a la familia y casa del 
Padre celestial. Cuando los padres creyentes presentan a sus niños para 
el bautismo ellos están confesando que sus hijos son pecaminosos 
innatamente, pero ellos también están pidiendo a favor de sus hijos la 
gracia regeneradora y justificante de Dios. Confiando en la promesa de 
que “Mas la misericordia de Jehová es desde la eternidad y hasta la 
eternidad sobre los que le temen,  y su justicia sobre los hijos de los 
hijos; sobre los que guardan su pacto, y los que se acuerdan de sus 
mandamientos para ponerlos por obra”, ellos abrigan el estímulo y la 
esperanza de que aquellos  “Plantados en la casa de Jehová, en los 
atrios de nuestro Dios florecerán. Aun en la vejez fructificarán; 
estarán vigorosos y verdes, para anunciar que Jehová mi fortaleza es 
recto, y que en él no hay injusticia”.
El bautismo es la ordenanza que nos inicia en la 
comunión de la iglesia visible. La iglesia visible es una institución 
divina. Es la casa y familia de Dios. Es un santuario divino donde la 
gloria de Dios se da a conocer. Es el canal por donde normalmente la 
actual gracia salvadora de Dios fluye. Qué privilegio es para los padres
 que por la autoridad divina de la recepción de la ordenanza del 
bautismo introduzcan a sus hijos a esta bendita comunión. Si el bautismo
 de los infantes tiene la garantía divina, entonces qué deshonor se le 
hace a Cristo y qué daño irreparable es hecho a la iglesia y a las almas
 de los niños al rechazar introducirlos a esta comunión gloriosa. Ningún
 argumento de presunta conveniencia, ningún aparente fervor 
evangelístico contrarrestarán ese deshonor a nuestro Señor y ese daño 
hecho a las almas de los hombres.
En la conclusión de este breve estudio del significado
 y privilegio del bautismo de infantes, hay dos advertencias que tienen 
que ser hechas. La primera es aquella en contra de la regeneración 
bautismal. No tenemos que mirar al bautismo como teniendo algún efecto 
semi-mágico. El bautismo deriva toda su eficacia de la gracia soberana 
del Espíritu Santo. Haremos bien en recordarnos las palabras de nuestro 
Catecismo Menor, “Los sacramentos vienen a ser medios eficaces de 
salvación, no porque haya alguna virtud en ellos, o en aquel que los 
administra; sino solamente por la bendición de Cristo, y la operación de
 su Espíritu en aquellos que los reciben con fe” (P/R 91). Nunca tenemos
 que dar por sentado que el infante que es bautizado sea por ese mismo 
hecho asegurado ya de la vida eterna. El bautismo es ciertamente un 
medio de gracia el cual Dios ha, de acuerdo con su designación, honrado y
 bendecido abundantemente a través de toda la historia de la iglesia 
cristiana. Pero tenemos que preservar siempre el verdadero 
evangelicalismo de nuestra fe cristiana de que, en el último análisis, 
no somos salvos por ningún rito u ordenanza externos, sino por la 
soberana gracia de Dios que obra misteriosamente, directamente y 
eficazmente en el corazón y alma de cada individuo a quién él ha 
ordenado para salvación. 
La segunda advertencia es que el bautismo de infantes no libera a los 
padres o tutores, cualquiera sea el caso, de esa solemne responsabilidad
 de instruir, advertir, exhortar, dirigir y proteger a los miembros 
infantes de la iglesia cristiana encomendados a su cuidado. Tenemos que 
repetir una y otra vez el texto que ya hemos citado, “la misericordia de
 Jehová es desde la eternidad y hasta la eternidad sobre los que le 
temen,  y su justicia sobre los hijos de los hijos; sobre los que 
guardan su pacto, y los que se acuerdan de sus mandamientos para 
ponerlos por obra”. El aliento y estímulo que se deriva de una promesa 
divina nunca tiene que divorciarse del cumplimiento de las obligaciones 
involucradas. Es solamente en la atmósfera de la obligación cumplida, en
 una palabra, en la atmósfera de la obediencia a los mandamientos 
divinos, que la fe en la promesa divina puede vivir y crecer. La fe 
divorciada de la obediencia es burla y presunción.
Traducido por Valentín Alpuche.

Pero que gravedad de interpretación bíblica hay expuesta en este artículo.
ResponderEliminarJuicio de Dios caerá sobre las personas que publican este tipo de errores bíblicos y dogmas sin base de poder ni revelación del Espíritu Santo, oro para que personas nuevas no lean este tipo de huecas sutilezas para no perderlos y crearles confusión. dios los ilumine y el poder del Espíritu Santo atraviese sus corazones de la verdad. Dios los bendiga en el Señor.
A juzgar por sus palabras debe ser ud un "pentecostal" (me quedo con la duda) no se tomo ni siquiera el trabajo de saber quien fue John Murray gracias por sus deseo de juicio y luego de bendiciones, le dire algo sobre el autor: claro que para tener algo de idea seria bueno conocer el Westminster Theological Seminary, donde fue DIRECTOR. aunque se tambien que para un Argentino esto no significa nada ya que menosprecian todo lo que ignoran, evidenciando su ceguera voluntaria.
EliminarJohn Murray
Fechas:
(1898-1975)
Datos Biográphicos:
N. en Badbea (Sutherland, Escocia). Sus padres eran miembros de la Iglesia Libre de Escocia. Estudió en la Universidad de Glasgow (M.A., 1923), y en el Seminario Teológico de Princeton (EE.UU., Th.M., 1927). Durante el año 1929 enseñó teología sistemática en éste seminario, hasta que fue invitado a formar parte de la facultad docente del recientemente fundado Westminster Theological Seminary, con J.G. Machen (v.) como Director.
dedicó todos sus esfuerzos de investigación teológica en el campo de la teología bíblica, donde se destaca por su detalle, precisión y análisis minucioso del texto original, como demuestra su comentario a Romanos en dos volúmenes.
En 1958 recibió la invitación de Lloyd-Jones (v.) para dar la Conferencia Bíblica Campbell Morgan en Westminster Chapel. Eran los días en que estaba resurgiendo el interés la fe reformada en Inglaterra, no tanto en su versión académica como vital y formativa de la predicación, a la que M. daba mucha importancia, y hacia la que toda teología bíblica debería tender.
Fiel a la fe reformada expresada en la Confesión de Fe de Westminster, M. dedicó un enjundioso estudio al controvertido tema de la llamada “redención limitada”, en cuya defensa acudió desde la Escritura interpretada desde la perspectiva calvinista. Otra doctrina que ocupó su atención fue la inerrancia de la Biblia, tan celoso en mantener.
Obras Disponibles: El divorcio (EEE); La revelación consumada y aplicada (CLIE). Biog.: The Life of John Murray, Iain H. Murray. BT, Edimburgo 1982.
Muy buenas noches. Lei cada uno de los articulo aqui expuesto, y solo se me viene un sentimiento a mi corazon: tristeza, senti pena por usted, nose nada de usted pero si puedo percibir que sufrio una gran desilusion en su vida con respecto a la iglesia, la cual trajo una enorme raiz de amargura a su corazon y sembro en usted un espiritu de error, Dios lo ayude hermano quierido a usar todo el potencial que esta en usted de la forma mas amorosa posible, no es un juez es un hijo de Dios por eso le aconsejo perdone a los que lo hirieron y dejese ser el verdadero instrumento de Dios santo, humilde, manso y perdonador.
ResponderEliminarDios lo bendiga mucho.
Otro pentecostal: se evidencia en el leguaje sentimental en donde los sensitivo o sensorial tiene mas autoridad que la Biblia misma, ya que todo pasa por lo que sienten en su corazon por esto montaron un consultorio de psicologia en la congregacion, igual le dare alguna pequeña informacion sobre el bautismo de niños, si ud cree y dice que es "protestante" sepa que Lutero bautizaba infantes, Calvino bautizaba infantes y esto fue asi por siglos tantos siglos que los dicipulos de los apostoles tambien lo hacian, Orígenes, escribió en el año 244A.D. que "el bautismo se le da a los infantes" (Homilías sobre Levítico, 8:3:11). El Concilio de Cartago, 253A.D. condenó la opinión de que el bautismo no debe darse a infantes hasta el octavo día de su nacimiento. Más tarde Agustín enseñó: "La costumbre de la Madre Iglesia de bautizar a los infantes ciertamente no debe ridiculizarse... ni se debe creer que su tradición es otra cosa sino enseñanza apostólica" (Interpretación literal del Génesis 10:23:39 [A.D. 408]).
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